Liso y sedoso
Durante la infancia pertenecí a ese grupo de “niñas bien” de pelo liso a la cintura. Tomates o chapes adornaban una larga cabellera castaña (el mito cuenta que cuando pequeña era casi rubia, pero no puedo dar fe de aquello), hasta que me emancipé ya en la adolescencia y comencé a buscar parte de mi identidad en la peluquería.
El gran problema siempre ha sido cómo controlar el volumen y bajo qué técnicas de tortura conseguir domar el pelo “extremadamente liso”. La única solución que me convencía levemente era llevar una melena bajo la oreja, pero con estilo. Era un sistema cuasi militar en donde acudía puntualmente cada cuatro meses “para que no se desarme el corte”, según mi ex estilista de cabecera.
Terminando la enseñanza media la experimentación llegó a la cabeza y, además de incursionar con el casting en tonos ciruela, ébano y uno negro con reflejos morados, se me ocurrió justo ir a mi retoque para la graduación. En ese momento decidí cambiar de salón de belleza.
Pedí datos a amigas de peluqueras confiables y con buena mano (es importante cuidar que el pelo se mantenga en buen estado) y llegué gracias a mi madre donde la única que ha sido capaz hasta el momento de mantener bajo control mi volumen con la magia del entresacado, sin recurrir a demasiados productos capilares que me dejan aterrada ante cualquier probable inflamación.
Desafortunadamente no todo es perfecto. Cada vez que se me ocurre probar con un estilo y le pregunto a la Maggi cómo ha estado, procedo a quitarme los anteojos despejándome el rostro para que ella pueda trabajar. Suena la tireja, la navaja y encuentro mi reflejo miope en el espejo. Corta y corta como si el mundo se fuera a acabar hasta que toma el otro espejo para mostrarme cómo quedó. Mojado se ve bien, estiloso y atrevido. Pero ya una vez en mi casa y seco todo se deforma. Siempre me arrepiento y caigo en mi depresión post peluquería. Me dan ganas de sentarme en la cuneta a llorar, pero no tengo el valor suficiente para salir.
Pinches y moños bienvenidos sean. Todo con tal de disimular el cagaso de turno en la cabeza. Mientras más corto queda, más rebelde se pone. Amanezco todos los días como Ely Guerra, pero cuando crece se pone liso y sedoso, como el de los comerciales de productos para peinar, pero al natural. Y aquí estoy ahora, esperando que crezca.
El gran problema siempre ha sido cómo controlar el volumen y bajo qué técnicas de tortura conseguir domar el pelo “extremadamente liso”. La única solución que me convencía levemente era llevar una melena bajo la oreja, pero con estilo. Era un sistema cuasi militar en donde acudía puntualmente cada cuatro meses “para que no se desarme el corte”, según mi ex estilista de cabecera.
Terminando la enseñanza media la experimentación llegó a la cabeza y, además de incursionar con el casting en tonos ciruela, ébano y uno negro con reflejos morados, se me ocurrió justo ir a mi retoque para la graduación. En ese momento decidí cambiar de salón de belleza.
Pedí datos a amigas de peluqueras confiables y con buena mano (es importante cuidar que el pelo se mantenga en buen estado) y llegué gracias a mi madre donde la única que ha sido capaz hasta el momento de mantener bajo control mi volumen con la magia del entresacado, sin recurrir a demasiados productos capilares que me dejan aterrada ante cualquier probable inflamación.
Desafortunadamente no todo es perfecto. Cada vez que se me ocurre probar con un estilo y le pregunto a la Maggi cómo ha estado, procedo a quitarme los anteojos despejándome el rostro para que ella pueda trabajar. Suena la tireja, la navaja y encuentro mi reflejo miope en el espejo. Corta y corta como si el mundo se fuera a acabar hasta que toma el otro espejo para mostrarme cómo quedó. Mojado se ve bien, estiloso y atrevido. Pero ya una vez en mi casa y seco todo se deforma. Siempre me arrepiento y caigo en mi depresión post peluquería. Me dan ganas de sentarme en la cuneta a llorar, pero no tengo el valor suficiente para salir.
Pinches y moños bienvenidos sean. Todo con tal de disimular el cagaso de turno en la cabeza. Mientras más corto queda, más rebelde se pone. Amanezco todos los días como Ely Guerra, pero cuando crece se pone liso y sedoso, como el de los comerciales de productos para peinar, pero al natural. Y aquí estoy ahora, esperando que crezca.
2 Comments:
Ha ha ha es q tu utilizas Caprice AntiSponge eh =) mujer la personalidad no esta en las greñas, pero si hace q te veas o no atractiva
jajajaja
el pelo es algo difícil
saludos
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