Ritos (des) humanizantes
Falleció un amigo importante en tu vida. Nadie te avisa. Pasan unos meses y, de casualidad, te encuentras con alguien que te pregunta si supiste. Plop. Se te apreta el estómago y tu mente escucha un estruendo propio de las películas de terror. Por tu cara de sorpresa, quien te dio la noticia repara en tu pérdida de color facial y pregunta: “¿No lo sabías?”. El aliento no te alcanza para emitir sonido alguno. No recuerdas el resto de la conversación. Te despides y caminas pensando en la conjunción de ritos asociados al deceso.
Nunca le habías tomado el peso a un velorio. Es más, los evitabas porque el olor a flores te produce jaqueca. Ni hablar de mirar el rostro moribundo protegido por el cristal del féretro. Demasiado sentimentaloide. A lo mucho ibas a algún que otro responso, cementerio y al día siguiente olvidabas dónde estaba la tumba para volver algún 1 de noviembre con flores en la mano.
No podías creer que “ese amigo” ahora estaba bajo tierra, si la última vez que lo viste estuvieron pelando el cable como siempre y carreteando hasta quedarse dormidos viendo un clásico del terror remasterizado. En ese momento lloraste. Lágrimas de culpa por no decir las cosas a tiempo, por hacerte la cool y evitar las demostraciones de cariño. Porque te perdiste las actividades que tienen por función convencer a los familiares y seres queridos de que alguien abandonó este mundo. Qué más gráfico que echarle tierra al féretro luego de que lo bajen. Una flor, palabras de cariño y muestras de debilidad. Nada. Revuelves tu departamento hasta que encuentras la única foto en que aparecen juntos. Es que tampoco te gustaban las fotos. Te preguntas por qué nadie tuvo la deferencia de intentar ubicarte para darte la noticia en su minuto.
Qué hacer. Difícil. Te da pudor llamar a alguien que pueda proveerte de los detalles. Cómo sucedió, dónde, en qué cementerio está. Demasiadas preguntas que no sabes cómo formular. Sea como sea, algunos pensarán que vives en otra dimensión. Tal vez nadie te avisó porque piensan que no eres lo suficientemente humana como para conmoverte con algo así.
Rastreas con el nombre completo y fecha aproximada del fallecimiento en los cementerios capitalinos. Lo encuentras. Te dan una dirección con nombres de calles. “Colón esquina Rosas”. Te vistes de negro y compras un ramo de calas. Le preguntas a un guardia hacia dónde debes caminar y te diriges a la última morada de tu amigo. Quedas paralizada al leer la fecha de defunción. Una lágrima corre por tu mejilla mientras piensas en todo lo que no alcanzaste. Depositas las flores encima de la lápida y caminas de vuelta. Era cierto. Ahora sí estaba muerto.
Nunca le habías tomado el peso a un velorio. Es más, los evitabas porque el olor a flores te produce jaqueca. Ni hablar de mirar el rostro moribundo protegido por el cristal del féretro. Demasiado sentimentaloide. A lo mucho ibas a algún que otro responso, cementerio y al día siguiente olvidabas dónde estaba la tumba para volver algún 1 de noviembre con flores en la mano.
No podías creer que “ese amigo” ahora estaba bajo tierra, si la última vez que lo viste estuvieron pelando el cable como siempre y carreteando hasta quedarse dormidos viendo un clásico del terror remasterizado. En ese momento lloraste. Lágrimas de culpa por no decir las cosas a tiempo, por hacerte la cool y evitar las demostraciones de cariño. Porque te perdiste las actividades que tienen por función convencer a los familiares y seres queridos de que alguien abandonó este mundo. Qué más gráfico que echarle tierra al féretro luego de que lo bajen. Una flor, palabras de cariño y muestras de debilidad. Nada. Revuelves tu departamento hasta que encuentras la única foto en que aparecen juntos. Es que tampoco te gustaban las fotos. Te preguntas por qué nadie tuvo la deferencia de intentar ubicarte para darte la noticia en su minuto.
Qué hacer. Difícil. Te da pudor llamar a alguien que pueda proveerte de los detalles. Cómo sucedió, dónde, en qué cementerio está. Demasiadas preguntas que no sabes cómo formular. Sea como sea, algunos pensarán que vives en otra dimensión. Tal vez nadie te avisó porque piensan que no eres lo suficientemente humana como para conmoverte con algo así.
Rastreas con el nombre completo y fecha aproximada del fallecimiento en los cementerios capitalinos. Lo encuentras. Te dan una dirección con nombres de calles. “Colón esquina Rosas”. Te vistes de negro y compras un ramo de calas. Le preguntas a un guardia hacia dónde debes caminar y te diriges a la última morada de tu amigo. Quedas paralizada al leer la fecha de defunción. Una lágrima corre por tu mejilla mientras piensas en todo lo que no alcanzaste. Depositas las flores encima de la lápida y caminas de vuelta. Era cierto. Ahora sí estaba muerto.
5 Comments:
No he ido nunca a un velorio, de verdad es un tema que no quiero comprender. Bueno va a llegar el minuto en que tendre que ir a uno y ahi recien voy a pensarlo.
Slds
Es terrible perder a alguien querido. Yo no sabia de esto hasta hace 2 años atras cuando estando en mi trabajo me avisó mi hermano que había muerto mi abuela. No recuerdo nada más hast que el siguiente recuerdo es estra frente a su casa en la 6ta region y no atreverte a entrar no se por que razón, ver a tu abuela que no puede llorar más que te abraza y no deja de apretarte.
En ese momento dios me hizo un gran regalo, llegue justo antes de que cerraran el cajon, por lo que me despedi como siempre lo hice, es decir, le di un gran beso, le acaricie la cara y por último le di un beso en la frente como siempre lo hice.
Saludos
Kromcvl
sorry quise decir mi abuela, cuando los dedos se mueven más lento que las ideas eso pasa
Complicado el tema de la muerte. El ritual que conlleva la despedida... uff! A decir verdad, no me gustan los velorios, ni los funerales. Mas, hay que asistir.
Perder a un ser querido es algo muy trizte... a un amigo, peor. Lo importante es saber que siempre vivirá en tu corazón y que se encuentra en un lugar mejor.
Buen blog. Gracias por tu visita.
Cariños!
Recordé cuando murio un ex compañero de trabajo y yo andaba en la playa...
Mal...
Saludos
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