HUMAN NATURE

Wednesday, November 30, 2005

Posted by gilda periodista

Así no más... me entregaron el bendito diploma que certifica que soy otra profesional cesante deambulando por esta ciudad, pero con estilo.
Lamento defraudarlos, pero la ceremonia fue como todas, fome, poco protocolar y tan extensa que ni siquiera merece una columna dedicada a ello.

Thursday, November 10, 2005

5- Apoyar a Lolo

Cuando la Lolo (mi partner y gran amiga de la universidad) decía que pensaba irse a Estados Unidos a probar suerte, yo pensaba en aquella rutina de Plaz Z en la que unos amigos que no se veían hace tiempo se encontraban en la calle y uno le decía al otro “Hagamos un asado”, y el otro decía “Hagámoslo altiro”.
Y es que me resultaba imposible pensar que alguien como la Lolo, incapaz de decidir qué promoción almorzar en un patio de comidas podría hacer algo tan drástico como desarmar su vida en chilito para partir en busca de nuevos horizontes con una mano adelante y otra atrás. Debo reconocer que todavía me suena como esa gente que decide ir a reencontrarse al Valle de la Luna o Machu Pichu. Engrupida, pero sin nada claro.
Hasta que un día me dijo que ya tenía fecha de partida: fines de agosto. Plop. Tuve una reacción humana: lloré. ¿Por qué? Pocas veces en la vida uno se topa con gente como ella. Con un sentido del humor tan particular que siempre trata de buscarle el lado divertido a todo lo que le pasa. Y créanme que con la mala suerte que tiene, esta ha sido su vía de escape. Es de aquellos seres que tienen anécdotas para todo y que si se te incendia la casa, al momento de expresar su apoyo diría “Hagamos un asado con el carbón”. Única, grande (metro cincuenta en realidad) y nuestra, como el slogan de una marca de cerveza.
Pensar en cómo despedirme de ella me cuesta, sobre todo porque en los 6 años que nos conocemos hemos desarrollado un metalenguaje que sólo ambas manejamos. Una forma de comunicación que provoca que la gente en el metro nos mire como si estuviera presenciando una escena del teatro de lo absurdo.
Hace poco estábamos en su dormitorio y me dijo que por favor la ayudara a deshacerse de sus cosas, que quería dejar su vida en Chile reducida a 3 cajas. Nada más. Eso implica vender y repartir cosas. Me quebré cuando dijo “quiero que tú te quedes con esto” y, si bien no son las joyas de la corona ni una reliquia familiar, era lo que yo habría escogido para cuidar de sus pertenencias. Un porta CD con la forma del Big Ben.
Esa noche volví a mi casa y lloré como una cabra chica. Después mi lado racional entró en acción y comprendí que mi amistad con la Lolo no se remite a que ella viva en Santiago, que no puedo ser tan egoísta y pensar la pena que me causa su partida. Al contrario, tengo que estar bien para que ella se vaya tranquila. Nada de escenas en el aeropuerto del tipo “detengan ese avión”, “llévame contigo” y mucha otras en las que perdería todo el estilo. Sólo puedo anunciar que hicimos un pacto de transparencia de información. Ahora sólo me resta desearle lo mejor y hacerle un par de encargos para cuando venga.
Voy a extrañar muchas cosas de ella, tal vez demasiadas, pero creo que es hora de que ella trate de ser feliz. Y acá es difícil que lo logre. Dicen que los cambios drásticos ayudan. Eso espero.

Wednesday, November 02, 2005

Ritos (des) humanizantes

Falleció un amigo importante en tu vida. Nadie te avisa. Pasan unos meses y, de casualidad, te encuentras con alguien que te pregunta si supiste. Plop. Se te apreta el estómago y tu mente escucha un estruendo propio de las películas de terror. Por tu cara de sorpresa, quien te dio la noticia repara en tu pérdida de color facial y pregunta: “¿No lo sabías?”. El aliento no te alcanza para emitir sonido alguno. No recuerdas el resto de la conversación. Te despides y caminas pensando en la conjunción de ritos asociados al deceso.
Nunca le habías tomado el peso a un velorio. Es más, los evitabas porque el olor a flores te produce jaqueca. Ni hablar de mirar el rostro moribundo protegido por el cristal del féretro. Demasiado sentimentaloide. A lo mucho ibas a algún que otro responso, cementerio y al día siguiente olvidabas dónde estaba la tumba para volver algún 1 de noviembre con flores en la mano.
No podías creer que “ese amigo” ahora estaba bajo tierra, si la última vez que lo viste estuvieron pelando el cable como siempre y carreteando hasta quedarse dormidos viendo un clásico del terror remasterizado. En ese momento lloraste. Lágrimas de culpa por no decir las cosas a tiempo, por hacerte la cool y evitar las demostraciones de cariño. Porque te perdiste las actividades que tienen por función convencer a los familiares y seres queridos de que alguien abandonó este mundo. Qué más gráfico que echarle tierra al féretro luego de que lo bajen. Una flor, palabras de cariño y muestras de debilidad. Nada. Revuelves tu departamento hasta que encuentras la única foto en que aparecen juntos. Es que tampoco te gustaban las fotos. Te preguntas por qué nadie tuvo la deferencia de intentar ubicarte para darte la noticia en su minuto.
Qué hacer. Difícil. Te da pudor llamar a alguien que pueda proveerte de los detalles. Cómo sucedió, dónde, en qué cementerio está. Demasiadas preguntas que no sabes cómo formular. Sea como sea, algunos pensarán que vives en otra dimensión. Tal vez nadie te avisó porque piensan que no eres lo suficientemente humana como para conmoverte con algo así.
Rastreas con el nombre completo y fecha aproximada del fallecimiento en los cementerios capitalinos. Lo encuentras. Te dan una dirección con nombres de calles. “Colón esquina Rosas”. Te vistes de negro y compras un ramo de calas. Le preguntas a un guardia hacia dónde debes caminar y te diriges a la última morada de tu amigo. Quedas paralizada al leer la fecha de defunción. Una lágrima corre por tu mejilla mientras piensas en todo lo que no alcanzaste. Depositas las flores encima de la lápida y caminas de vuelta. Era cierto. Ahora sí estaba muerto.